miércoles, 7 de octubre de 2009

PARQUE DE SOMIEDO 22/25-9-2009

PARQUE NATURAL DE SOMIEDO (Reserva de la Biosfera)

22, 23, 24 y 25 de SEPTIEMBRE de 2009


Con un tiempo fenomenal, predicciones meteorológicas favorables y muchas ganas nos juntamos el coche A y el coche B en la rotonda de Artaza a las 10 de la mañana.

Somos ocho jubiltaldeos y el objetivo es el parque natural de Somiedo en Asturias patria querida para disfrutar de casi 4 días de convivencias montañero-gastronómicas.
Salvo una parada para el cafecito que nos coincide pasado Torrelavega, más o menos a la hora del Ángelus, el viaje transcurre sin novedad atravesando los diferentes tonos verdes de Euskadi, Cantabria y Asturias aderezado con menciones, recuerdos y anécdotas, amén de algún que otro peregrino, sobre el Camino de Santiago.

Para las 2 estamos en Pola de Somiedo después de 38 km. de carretera de montaña con sus curvas al uso y siguiendo el curso del Pigueña y luego del Somiedo que da el nombre al parque. Pese a los anuncios de precaución ante la posibilidad de toparse con osos, no tenemos la suerte de encontrarnos con ninguno. Hemos dejado ya el pino y el eucalipto para pasar al haya, roble, etc. etc.

Vamos directamente a un bar, El Urogallo, en el que entre culín y culín de sidra se le interroga hábilmente a la cantinera que nos sabe vender el producto así que nos quedamos a comer in situ sin hacer más averiguaciones.
Comida asturiano-catalana a base de un rotundo pote asturiano, crema de marisco, crema de verduras y espinacas con queso que, siguiendo nuestras costumbres, compartimos amigablemente. El segundo plato de codillo, bacalao con pisto, chuletillas de cordero y chosco (dos raciones de cada) que también nos lo repartimos.
Resultado final: Hasta las cartolas.
Postre, cafés y chupitos. Antes de pagar se procede al sorteo de las habitaciones, respetando ciertas características personales que aconsejan habitación no compartida.

Para aligerar peso damos una vuelta por el pueblo, nos ilustramos en el centro de interpretación del parque y compramos pan para los bocatas de mañana ya que a donde vamos a pernoctar, el panadero no llega hasta las11 de la mañana.
Nos quedamos, por ahora, sin saber en qué consiste la rifa de “la ramera”, uno de los actos centrales de las fiestas.

Como se nos acaba el pueblo, ya hemos cogido abundante información oral y escrita de la zona que patearemos y va para largo lo de la digestión, decidimos subir al Valle del Lago, pueblo al que pertenece el barrio de El Auterio donde además de terminar la carretera después de 8 Km de cerradas y empinadas curvas, tomamos posesión de la casa de aldea “La Corona”, a media pensión y a 1.300 m. de altitud.

Es pronto así que damos un paseo de casi hora y media por los alrededores para tomar contacto con el fabuloso paisaje arbóreo y vacuno hasta una especie de miradores desde donde contemplamos una parte del parque, de acceso restringido y siempre con la esperanza de apreciar la famosa berrea que por estas fechas está en su apogeo. De todas maneras, salvo algún mugido potente procedente de ganado vacuno, no vamos a poder oírlo en todo este tiempo ya que no nos encontramos en el lugar idóneo.
La cena no, sin antes saborear la sidriña, con artilugio eléctrico para su escanciado, es frugal, casi monacal. Nadie tiene ganas de hacer excesos salvo un par de valientes que cierran el día con un exquisito arroz con leche para tapar huecos.
A las 23,11 ha empezado oficialmente el otoño que nos coge, antes de ir a la cama dándonos un paseo para contemplar el cielo, totalmente despejado, tanto de nubes como de la contaminación lumínica. Los más resistentes a la tortícolis fueron capaces de ver alguna estrella fugaz, la vía láctea y alguna que otra constelación.

MIÉRCOLES

A las 8,18 con puntualidad de la NASA, todos desayunando y a las 9,15 iniciación de la marcha.
El tiempo es magnífico y el espíritu alegre y combativo.
Tomamos dirección del Lago del Valle pero pronto nos desviamos y empezamos a coger altura. Las hayas, que ya empiezan a coger colores ocres, y los avellanos silvestres, estos últimos al borde de las pistas, dejan paso al Serbal del Cazador, árbol de frutos o semillas rojas, similar al del acebo también propio del parque.
Divisamos algunos rebecos recortándose en la cima de una peña.
Cuando superamos la cota de los 1.500-1.700 m. empieza a desaparecer cualquier vestigio de vegetación arbórea para dar paso al matorral, principalmente el llamado escoba que se aprovecha para la techumbre de las cabañas llamadas teitos, y posteriormente a la hierba o pasto de montaña (braña). Dejamos a la derecha unos montes con gran parecido al duranguesado por el tipo de montaña abrupta y caliza, que más tarde se repetiría en el Orniz y demás compañeros de cadena.
Oteamos en un estrecho valle el pueblo de Cueta, ya en León, y tras una empinada cuesta llegamos a un valle suspendido (en terminología técnica del guía alfa) que a este cronista más que valle le pareció un trozo de tierra mas o menos plano puesto ahí para relajar un poco las piernas. Paramos poco salvo para dar algún trago de agua y hablar por teléfono puesto que la cobertura aparecía y desaparecía caprichosamente y había que aprovechar para responder a las llamadas perdidas.

Dejando a la derecha el pico Cuetalbo tiramos en línea recta hacia nuestro objetivo: Peña Orniz (2.196 m.) animados por la presencia en la cumbre de un grupo de murcianas (producto del mal de altura) que resultaron ser un grupo de jubilados de ENSIDESA con los que íbamos contactando en diversas oleadas según era la travesía que estaban haciendo.
La subida hasta la cumbre resulta un poco dura tanto por la pendiente como por el piso, con piedra suelta mezclada con tierra. En la cumbre hacemos avituallamiento, fotos, admiramos el paisaje y cambiamos impresiones con los el núcleo duro de los de ENSIDESA que venía de hacer parte de la crestería.
La bajada la hacemos prestando mucha atención para evitar caídas y/o torceduras. Se cansa uno menos que en la subida pero las rodillas aguantaron lo suyo.
Esta vez si que, a lo lejos, vemos una buena manada de rebecos que corren en dirección opuesta. De darles pan como a las vacas, ni hablar
Iniciamos el camino de regreso en dirección al Lago del Valle y como ya nos han dado las 2,30 paramos para comer. Sin mesa ni sillas ni mantel y casi, diría yo, sin apetito. El sitio no era el más idóneo y un poco incómodo ya que cualquier cosa que quisiésemos compartir (vino, comida, navaja etc) exigía que alguien se levantase para proceder a su distribución y no estábamos para trotes.
Después de hora y media de seguir bajando llegamos al Lago del Valle, precioso, con isla en medio, su cabaña con teito con correspondiente aprisco en uno de sus lados. Descansamos un rato, el tiempo suficiente para que el que quiso echase una cabezadita a la sombra tumbado en el mullido pero húmedo suelo.
A partir de este punto el camino se abre y ya es una pista por la que se puede transitar cómodamente.
Terminamos el periplo a las 6, sentados en el bar con unas cervezas frescas, comentando las incidencias del día, de si la víbora de Seoane (erudición de un jubiltaldeo que la había visto en un libro sobre el parque) estaba muerta o sólo fingía y contemplando el farallón que tenemos enfrente y por el que mañana tendremos que subir bien sea por un lado u otro según nos encontremos físicamente lo que en lenguaje montañero sería por la directa o por la tendida.
Después de la ducha y un poco de relax nos vamos a cenar para lo que contamos con sopa de cocido con fideos, pote asturiano y huevo(s) frito(s) con patatas y picadillo. Después del éxito de ayer más gente se apunta al arroz con leche.
Con el chupito en la mano bajamos al bar donde nos quedamos a ver el Getafe-Valencia hasta que aparece sobreimpreso en la pantalla que al Athletic en el minuto 89 le han metido el 1-0 el Tenerife.
Entre el cabreo y el cansancio hoy no hay contemplación de la bóveda celeste.

JUEVES

Mismo horario que ayer y mejor tiempo, si cabe.
Tenemos una baja causada por una especie de gastroenteritis que afortunadamente para la cena ya ha remitido.
Seguimos el camino de ayer durante unos 20 minutos hasta el cartel que nos avisa la ruta hacia los lagos de Saliencia. El guía ha elegido la ruta tendida por lo que la ascensión no nos machaca y podemos admirar el paisaje desde el punto de vista opuesto al de ayer.
Al terminar el farallón, nos encontramos, esta vez sí, con un valle suspendido, la Vega de Camayor, bastante llano, con hierba mullida algo amarillenta por la sequía, cantidad de vacas y un todo terreno de los pastores que estaban, suponemos, tomando el amaiketako. Parada para reponer fuerzas y seguimos hacia los lagos que contemplamos desde lo alto sin bajar hasta sus orillas. Primero el de Cerveriz luego el de Calabazosa, donde nos avituallamos también, y finalmente el de La Cueva cerca del parking al que se llega por la carretera de Saliencia al alto de la Farrapona. En el pasado existieron minas de hierro.

Emprendemos el regreso, hoy volvemos por el mismo camino de la ida, parando para comer, esta vez con algo parecido a una mesa pero sin sillas, después de sobrepasar un pequeño altozano. Siempre es mejor no hacer, pudiendo, esfuerzos con el estómago lleno.
Alguien dice que ha visto un rebeco pero yo creo que era una vaca.
Como andamos muy bien de tiempo, hoy la excursión tiene categoría de paseo, aprovechamos para echar una siesta que no todos lo logran pues empezamos a novelar sobre las razones de una misteriosa reunión de los pastores que habíamos visto a la mañana con otras dos personas que aparecieron, mientras sesteábamos, por direcciones distintas, una con un perro y la otra casi corriendo. ¿Cogido in fraganti por abandono del puesto de trabajo? ¿Veterinario porque iba a parir alguna vaca? ¿Problemas con los cuatreros?. Nuestra imaginación no tuvo límites haciendo múltiple cábalas. Los prismáticos no nos servían de nada porque carecíamos de micrófonos. Ver si veíamos pero oír na de na.
Al final todos se reunieron a la sombra del todo terreno y hasta aquí sólo puedo contar.
El descenso del farallón, por la misma ruta lo hacemos tranquilamente, viendo el Llago del Valle, el Orniz y sacando fotos pero eso sí, procurando no tropezar.
A las 5, minuto arriba minuto abajo, estamos tomando la cervecita mientras descansamos un poco antes de ir a la ducha.
Nuestro amigo se encuentra mejor pero sigue un poco tocado tanto física como moralmente por la rabia que le da el haberse tenido que quedar en dique seco.

Antes de cenar y sin un líder que tome el mando, damos una vuelta, sin rumbo fijo, que si por aquí, que si por allá; que si patatín, que si patatán de manera que para cuando nos damos cuenta estamos con los culines de sidra mientras nos dan paso para subir al comedor.
Puré de verduras y merluza al horno con patatas panadera y por supuesto, más arroz con leche.
Chupito y a la cama. A un par de astrónomos recalcitrantes les da por lo de la bóveda pero duran poco porque hoy la temperatura es mucho más baja que en días anteriores.

VIERNES

Hoy hace más fresco y como tocan retirada hemos quedado para desayunar un poco más tarde para poder hacer las maletas.
El parte médico no contiene bajas ni gástricas ni musculares de lo cual nos congratulamos todos.
Pedimos la factura y pagamos después de que las cuentas hayan salido a la primera, circunstancia que no nos debe extrañar dada la pericia y veteranía adquirida por el tesorero tras unos años de zozobra.

Para la 10 estamos otra vez en Pola de Somiedo para hacer alguna compra de productos típicos y sin café ni nada tomamos rumbo a Ribadesella con una parada para el cafelito del ángelus.
Nos desviamos hacia el pueblo de Cuevas cuya característica peculiar es la entrada que se hace a través de un túnel que en realidad es una cueva, la Cuevona, con todos los requisitos para ser considerada como tal, es decir, con sus estalactitas y estalagmitas incluida la iluminación típica de las que están abiertas al público. Recorremos el pueblo, que se acaba enseguida y a comer a Ribadesella. Lo hacemos en un restaurante tomado al azar pero sin méritos para incluirle en la lista de templos gastronómicos de la famosa guía Jubiltaldea.
Un paseo hasta la desembocadura del Sella y como despedida un chupito en la terraza de un bar donde de paso cerramos y ajustamos los flecos que quedaban de la parte económica.

Llegamos a casa pasadas la 7, sin problemas.

Esta crónica podría haber sido más corta o más prolija. He intentado que sea un término medio, lo suficiente para que con su lectura y con las fotos sirvan para recordar, personalmente a cada uno, aquello que ha contemplado y ha vivido en estos cuatro fenomenales días de convivencias.

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