COMIDA ANIVERSARIO
Estas cosas sólo nos pasan a los tíos: siete años después de iniciar una experiencia grupal seguimos juntos y sin problemas. ¿Pelín machista o cruda realidad?
Con ánimos renovados y siguiendo las instrucciones del socio fundador encargado de la convocatoria nos junta-mos, a la hora convenida, en el Batzoki de la calle Henao (lo siento López) para cumplir con el primer ritual: tomar un cafecito.
Saludados los unos a los otros y puestos al día sobre al-gunas vicisitudes propias de la edad, salimos del local pa-ra realizar la parte cultural de la celebración de nuestro séptimo aniversario.
Nos dirigimos, buscando el sol, hacia el emblemático mu-seo Guggenheim (o la caseta de pupy, según para quién) para estar calentitos y al tiempo disfrutando de la exposi-ción sobre la edad de oro de la pintura holandesa y fla-menca que actualmente se expone en este templo pictó-rico de nuestra noble villa.
Ni que decir que como buenos jubilados y prejubilados hemos entrado de “gañote”, una vez más, gracias a las buenas gestiones del socio fundador encargado de los asuntos de esta primera parte del día.
La valoración de lo visto y admirado, no puede ser de otra forma, es de sobresaliente. ¿Cómo conseguían esos tíos semejante realismo? Nada que ver con la parte moderna, abstracta, (o lo que sea) del resto del museo.
Envueltos de una ligera pátina de conocimientos sobre pintura, pinceles y otros asuntos relacionados con el tema vamos paseando plácidamente por el borde de la ría en dirección a la Plaza Nueva, mientras el de audiovisuales (el oficial) se recrea con lo suyo.
Hay que parar para tomar un vinito (otro ritual) y a ello nos dedicamos durante un buen rato disfrutando de la tertulia grupal.
Cuando la hora de la cita culinaria se aproxima nos diri-gimos al restaurante Miren Itziar, lugar de celebración de éste y otros años, y tras saludar a otros jubilados banca-rios con los que coincidimos nos adentramos en la tasca para, los diecisiete reunidos, disfrutar de sus manjares.
La comida es la tradicional: fritos, merluza frita y cordero asado.
Decir, sin entrar en detalles, que la “cosa” ha bajado de nivel en varios aspectos. Sin más.
A los postres, y como parte del ceremonial anual, se hace entrega de camiseta, niki y diploma a un jubiltaldeo, que desde este momento y con el aplauso unánime de todos los asistentes pasa a ser socio de pleno derecho.
A las copas y con las lenguas ya desatadas se empieza con lo de siempre: grandes propuestas, ideas primero coherentes y después más difusas, y como siempre gri-terío y confusión según va pasando el tiempo.
De toda la bulla lo único que he sacado en claro es que el próximo mes nos vamos, a día completo, con las que mandan en casa a una sidrería en Astigarraga: o sea, confraternización y buen rollito con los de la provincia ve-cina.
Igual es que yo también estaba espeso a esas horas (como se ve ni yo me salvo de la crítica acida).
A una hora prudencial, y cuando la noche ya está cayen-do salimos del restaurante y nos despedimos según des-tinos.
El colectivo ferroviario (entiéndase metro) nos lleva a al-gunos hasta el hogar dando por finalizada la jornada.
Nos hemos visto “casi todos”, los habituales y los menos, nos hemos divertido, por momentos, hemos disfrutado de la compañía de los demás y sobre todo hemos mantenido el espíritu de aquello que comenzó hace ya siete años.
Jubiltaldea está viva y así seguirá con toda seguridad du-rante muchos más años.
Y sin más, que me estoy poniendo romántico y no es eso, escribo esta crónica en Las Arenas, la zona más rica de costa rica, a veinte de Enero de 2011
martes, 25 de enero de 2011
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