ALTO DEL PANDO
30/11/2010
Día fresco, nublado y esperanza, como así ha sido, de que no llueva.
Tras el reagrupamiento, saludos y café, los nueve jubiltaldeos nos acercamos en los coches al santuario de Nª Sra. De la Encina, punto de inicio y llegada del “paseo”.
Iniciamos la marcha a las 10 y por carretera llegamos hasta la Torre Mendieta del s. XVI de estilo gótico renacentista. Esto último lo escribo, no porque sea un experto sino porque lo ponía en un cartel explicativo situado cerca de la torre.
A partir de aquí, una hora de andar lento por barro, barro, de color negro, generado por el movimiento de ganado vacuno, alternado con algún trayecto por campas, alguna que otra alambrada y bastante zarza que a más de uno le hace sangrar profusamente pero sin llegar a ser necesaria ninguna transfusión.
Tenemos de frente los montes de Ordunte y a nuestra izquierda el Montenegro coronado por un bosque de antenas
En este tramo todavía no me aclaro si es que no hemos cogido el camino correcto o nos hemos salido del mismo para evitar el agua y el barro.
Llegamos a la carretera que termina en una vaquería que forma parte de los caseríos Palacio, que nos hace abrigar alguna esperanza, esperanza que nos dura 50 metros. A partir de aquí, nos toca más barro, esta vez de color blanquecino ya que la pista forestal está destrozada por las máquinas que han estado trabajando en las sacas de los pinares que bordean la misma. Y todavía tienen que venir los camiones a llevarse los troncos ya apilados, pelados y cortados. Un mastín nos acompaña un buen rato hasta que comprueba que no somos cuatreros y que, encima, se está poniendo perdido.
Superado este trance, continuamos por pistas forestales más transitables, que permite a los micólogos echar algún vistazo sin éxito, hasta enfilar la cuesta final hasta la cumbre, que tiene su miga. Llegamos a las 12,15.
A pesar de ser un monte de estatura más bien baja, las vistas, en lo que permiten las nubes y la bruma son francamente buenas lo que aprovechamos para hacer un repaso a los montes que se divisan: la sierra de Orduña, el Eretza, Ganeko, etc. por citar algunos.
Tomamos una ligera colación incluido un reconfortante caldito que uno de los jubiltaldeos lo ha preparado, y transportado (termo y vasos) sin que haya salido de su boca ni un leve quejido.
Foto y vuelta, por la vertiente este del monte hasta llegar a una zona donde unos cuantos intentan localizar el lugar donde en su día se forraron a cantarelus. Después de media hora de búsqueda no dan con él así que con las manos vacías volvemos a tomar el mismo camino de la ida, con el mismo barro y los mismos pinos pero andando más deprisa ya que, avisado el restaurante, nos dan de plazo hasta las tres de la tarde para darnos de comer y esto es sagrado.
Una vez en la vaquería seguimos por la carretera, que también tiene algún que otro repecho rompepiernas pero sin barro, hasta llegar a los coches a las 2,15. Caen algunas gotas.
Nos desembarramos y acicalamos rápidamente y aún tenemos tiempo de tomarnos el vinito con las almendras antes de pasar al comedor en el restaurante Torre de Artziniega.
El menú no suscita ningún oooh! pero como lo que importa (bueno, un poco sí) no es que la comida sea buena o mala sino la buena compañía, disfrutamos de la mesa.
Como es todavía pronto, que, bien abrigados porque el grajo vuela bajo, damos un paseo por el casco antiguo antes de coger los coches.
Para las 5,30 estamos en casa fregando las botas antes que se endurezca el barro y haya que utilizar medios mecánicos más expeditivos.
Se escribe esta crónica en Algorta a 1 de Diciembre de 2010 a la espera de que llegue la primavera que atempere las condiciones meteorológicas y de paso también podamos pillar alguna seta.
30/11/2010
Día fresco, nublado y esperanza, como así ha sido, de que no llueva.
Tras el reagrupamiento, saludos y café, los nueve jubiltaldeos nos acercamos en los coches al santuario de Nª Sra. De la Encina, punto de inicio y llegada del “paseo”.
Iniciamos la marcha a las 10 y por carretera llegamos hasta la Torre Mendieta del s. XVI de estilo gótico renacentista. Esto último lo escribo, no porque sea un experto sino porque lo ponía en un cartel explicativo situado cerca de la torre.
A partir de aquí, una hora de andar lento por barro, barro, de color negro, generado por el movimiento de ganado vacuno, alternado con algún trayecto por campas, alguna que otra alambrada y bastante zarza que a más de uno le hace sangrar profusamente pero sin llegar a ser necesaria ninguna transfusión.
Tenemos de frente los montes de Ordunte y a nuestra izquierda el Montenegro coronado por un bosque de antenas
En este tramo todavía no me aclaro si es que no hemos cogido el camino correcto o nos hemos salido del mismo para evitar el agua y el barro.
Llegamos a la carretera que termina en una vaquería que forma parte de los caseríos Palacio, que nos hace abrigar alguna esperanza, esperanza que nos dura 50 metros. A partir de aquí, nos toca más barro, esta vez de color blanquecino ya que la pista forestal está destrozada por las máquinas que han estado trabajando en las sacas de los pinares que bordean la misma. Y todavía tienen que venir los camiones a llevarse los troncos ya apilados, pelados y cortados. Un mastín nos acompaña un buen rato hasta que comprueba que no somos cuatreros y que, encima, se está poniendo perdido.
Superado este trance, continuamos por pistas forestales más transitables, que permite a los micólogos echar algún vistazo sin éxito, hasta enfilar la cuesta final hasta la cumbre, que tiene su miga. Llegamos a las 12,15.
A pesar de ser un monte de estatura más bien baja, las vistas, en lo que permiten las nubes y la bruma son francamente buenas lo que aprovechamos para hacer un repaso a los montes que se divisan: la sierra de Orduña, el Eretza, Ganeko, etc. por citar algunos.
Tomamos una ligera colación incluido un reconfortante caldito que uno de los jubiltaldeos lo ha preparado, y transportado (termo y vasos) sin que haya salido de su boca ni un leve quejido.
Foto y vuelta, por la vertiente este del monte hasta llegar a una zona donde unos cuantos intentan localizar el lugar donde en su día se forraron a cantarelus. Después de media hora de búsqueda no dan con él así que con las manos vacías volvemos a tomar el mismo camino de la ida, con el mismo barro y los mismos pinos pero andando más deprisa ya que, avisado el restaurante, nos dan de plazo hasta las tres de la tarde para darnos de comer y esto es sagrado.
Una vez en la vaquería seguimos por la carretera, que también tiene algún que otro repecho rompepiernas pero sin barro, hasta llegar a los coches a las 2,15. Caen algunas gotas.
Nos desembarramos y acicalamos rápidamente y aún tenemos tiempo de tomarnos el vinito con las almendras antes de pasar al comedor en el restaurante Torre de Artziniega.
El menú no suscita ningún oooh! pero como lo que importa (bueno, un poco sí) no es que la comida sea buena o mala sino la buena compañía, disfrutamos de la mesa.
Como es todavía pronto, que, bien abrigados porque el grajo vuela bajo, damos un paseo por el casco antiguo antes de coger los coches.
Para las 5,30 estamos en casa fregando las botas antes que se endurezca el barro y haya que utilizar medios mecánicos más expeditivos.
Se escribe esta crónica en Algorta a 1 de Diciembre de 2010 a la espera de que llegue la primavera que atempere las condiciones meteorológicas y de paso también podamos pillar alguna seta.
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